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Cosquín Rock: dos desmentiras y una certeza

  • Foto del escritor: Escenario Principal
    Escenario Principal
  • 21 feb 2023
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 22 feb 2023

Cosquín Rock cierra su edición n° 22 con 200 mil personas y entradas agotadas. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.[1]


Crónica y fotos: Nazarena Delmasse Lalli - @unpocoteresa - Instagram



1) Desmentira uno: solo es música


Días antes de CosquÍn (porque -y abro el primer paréntesis de muchos-, Cosquín se disfruta desde antes, mucho antes de vivirlo: desde que sacan las fechas, muestran la grilla de bandas, se compran entradas, pasajes, reserva de estadía; y mucho más aún la semana previa, cuando todo lo que pasa no son más que sucesos indefinidos que, si importan, es solo porque son “x” tiempo antes del festival que se acerca), hablaba con un amigo sobre lo que pensaba que iba a hacer. Y en mi relato yo incluía pogos, reencontrarme con amigos de recitales anteriores y hacer otros nuevos, tomar fotos bien de cerquita a los artistas que me acompañan todo el año, compartir con la prensa, hacer entrevistas, tomar un trago con un desconocido, darle fuego a alguien que lo perdió, encontrar un amor de una canción y perderlo a la siguiente. Mi amigo me responde: "Naza, ¿y la música?". Cierto, Cosquín es un festival de bandas. Pero también es, y, sobre todo, un festival que trasciende la música. ¿Por qué, entonces, no la mencioné?


El filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein plantea el giro lingüístico resumiéndolo en una oración: "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo"; dando a entender así que la realidad es una construcción del pensamiento y, dado que el pensamiento son palabras, construimos la realidad en base a la capacidad que tengamos para disponer del lenguaje, más el alcance del lenguaje para representar. Sin embargo, sabemos (la experiencia nos demuestra) que la lengua carga con algo del orden de lo inasible, de lo que no puede comprender: ese "algo" que queda fuera de las palabras cuando las palabras no son suficientes para expresar lo que sentimos.


Algo similar a ese vacío lingüístico sucede en Cosquín Rock. Pero entonces, si Cosquín es más que un festival de rock, ¿cuáles son los límites de la música? ¿Qué es eso que se produce en la espera entre canción y canción? El silencio es parte de la melodía cuando queda comprendido entre dos compases o acordes. ¿Qué pasa, entonces, cuando no están sonando bandas? ¿O entre la madrugada del día 1 y la tarde del día 2? O, para ir más lejos: ¿en el año comprendido entre Cosquín y Cosquín?


El profesor y escritor Jorge Larrosa lo resuelve diciendo que en ese espacio que excede lo lingüístico se juega la intimidad. Otro año en Cosquín me confirma que la respuesta no debe estar muy lejos de eso, o al menos se le parece bastante. Uno vuelve más amigo de sus amigos, mejor amante de su novia, mejor trabajador, mejor persona. Y es que Cosquín es el imaginario que se activa antes de ir a modo de proyección, con la magia y energía que recorre el aeródromo de Santa María de Punilla. Nunca una nube de tierra, el sol de las 3 de la tarde, el dolor de piernas y los pisotones fueron tan bienvenidos y esperados. Uno quiere volver todo mugriento porque si no siente que no fue. Cosquín enseña a enamorarse de la vida todos los días, todas las noches.[2]




2) Desmentira dos: es irrepetible


En septiembre del año pasado, cuando dieron a conocer la grilla de bandas y fechas del festival, escribí la nota de anuncios citando una frase del cantautor francés Georges Brassens que reza "la menor reincidencia rompería el encanto". Intenté desmentirlo sabiendo que a Cosquín siempre se vuelve, todas las veces que pueda, por el simple (y nada sencillo) hecho de que nos hace felices. No importa si es tu primer Cosquín o si tenés asistencia perfecta, siempre se pide un último tema más.


Así es que por los escenarios de este año pasó Babasónicos, Estelares, Guasones, No te va a gustar, Fito Páez, Cruzando el Charco, El Plan de la Mariposa, La Vela Puerca, Skay y los Fakires, Catupecu Machu, Divididos, Juanse, Las pastillas del abuelo, Airbag, Ciro y los Persas, Las Pelotas, El Bordo, Usted Señalemelo, entre otros grandes. Y los no tan de siempre, como Tiesto, Bresh, Dillom, y Trueno (que ya suma su segunda presentación en el festival), LP, y más. La lista se haría larga de nombrarlos todos, ya que hubo más de 110 artistas en escena durante los dos días.


Revivir Cosquín es como releer un libro: siempre encontramos algo en las segundas vueltas (y en las terceras, y las cuartas...) que no habíamos notado antes. No se canta de la misma manera en la ducha que con la banda en vivo. Las letras tienen otro significado, se deja ver la otra cara, la cara íntima de ese lenguaje, la música, que nos faltaba. Cobra otro sentido poder cobijarnos todos bajo una misma letra y decir que somos los olvidados, los pueblos esclavizados, los muertos en guerras, los treinta mil desaparecidos, los asesinados por gatillo fácil, nuestros pueblos originarios.[3]


3) La certeza


Dicen que el tercer lunes de enero, el Blue Monday, es el día más triste del año. En este punto creo (y la estadística de todos los asistentes con los que hablé me lo confirma por unanimidad), que Cosquín Rock está ubicado en una fecha estratégica, a mediados/fines de febrero, ya olvidadas un poco las fiestas y cercanos a comenzar con la vorágine del año. Para cargar el cuerpo energía, renovar la alegría de estar vivo. Ya lo decía el año anterior y, esta vez, resisto al archivo: es una bisagra. No se va y se vuelve igual de Cosquín. Y el proceso metamórfico sigue operando días, hasta meses después.


Fito Páez cantó que “nadie puede, y nadie debe, vivir sin amor”. Y al final de sus canciones, con una multitud aglomerada en el escenario sur que nunca dejó de revolear pañuelos y cantar con ganas, agradeció al público diciendo que dimos “una clase de civilidad”. Es que Cosquín se desarrolló sin conflictos de principio a fin, dato no menor teniendo en cuenta que entre los dos días pasaron 200 mil personas por el campo. Me atrevo a decir (a riesgo de pasar por supersticiosa) que ese fenómeno se da porque todos vibramos en la misma sintonía de ser un poco más felices que lo corriente, de sabernos en un “aquí y ahora” gestáltico, donde no pasa un segundo sin ser anoticiado, mientras se mira las sierras de fondo, cuando cae el sol, sin miedos a cantar desafinados. Mejor aún: sabiendo que lo estamos y sin que nos importe. Y Fito, otra vez, tiene razón: dimos cátedra.





En ese mismo escenario, un poco más tarde, Patricio Sardelli, cantante de Airbag, en medio de “Cae el sol” nos recordaba que a veces el trabajo nos traiciona, la familia nos traiciona, las parejas... pero la música no, la música no traiciona. Y José sabía, y vos sabías, y ahora yo también sé que Cosquín Rock es una fiesta, y que también es menester vivirlo porque explicarlo… es demasiado para un poeta.[4]


[1] Neruda, Pablo. Poema XX, en “Veinte penas de amor y una canción desesperada”. [2] “El Viejo”, La Vela Puerca [3] “Mar de fueguitos”, La Chancha Muda [4] “Demasiado para un poeta”, poema de Gata Cattana

 
 
 

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